¿Quién no se ha sentido alguna vez especialmente frustrado en el trabajo? ¿Y quién, en esos momentos de frustración, no ha fantaseado con marcharse y dejarlo todo? En estas situaciones es habitual que una de las razones para apartar estos sentimientos es la certeza de que, si dejamos nuestro puesto, nos quedaremos no solo sin el salario, ya que tampoco tendremos derecho a cobrar el paro y nos quedaríamos sin recursos.
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