Decía Miguel de Unamuno en 1917 que le aterrorizaba cuando alguien, con mando público en la plaza, se calificaba de “competente”. Quizá al ilustre catedrático de griego le sonaba a arameo la construcción dogmática del derecho público en torno a la competencia, como ámbito funcional al que se ciñen determinados poderes o facultades.
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