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Hace algunos años ya se me puso la mosca detrás de la oreja, cuando en prácticamente toda la Administración, se fueron suprimiendo las clásicas ventanillas del vuelva Vd. mañana, por los sofisticados sistemas de atención al público consistentes en una supuesta atención personalizada de modo que uno sólo tenía que llegar al lugar, seleccionar distintas opciones en una extraña máquina expendedora de números para organizar diversos turnos, a partir de los que se canalizaba al administrado hacia una determinada mesa, donde era atendido por un amable funcionario que acababa haciéndote hacer lo que él quería (siempre dentro de las soluciones estandarizadas que la propia administración había estipulado). A través de esta sofisticada fórmula, se atendía, sí, pero en el sentido pretendido por la Administración. Los que seguíamos yendo por allí para presentar los recursos, alegaciones y reclamaciones previas en legal forma, empezábamos ya a ser vistos como bichos raros, cuando no, como aguafiestas del montaje. Este sistema jamás ha garantizado la defensa de los intereses del administrado.


Con la llegada del fenómeno de la cita previa, aquella mosca de entonces se ha convertido ya en moscardón, al haberse conseguido filtrar a los usuarios de manera que, directamente ya no son atendidos cuando uno lo necesita. Sólo te atienden cuando quieren ellos y además, con lo de antes, es decir, los turnos y las mesas que tan buenos resultados han dado. Y en algunos casos ya es que ni cita previa, porque uno llama para pedirla y nadie coge el teléfono… O lo pide por Internet (los que saben hacerlo y tienen medios, claro…) y le dan hora para el siglo que viene, cuando ya han vencido los plazos para poder reclamar en forma lo que sea.

La cita previa vino con la pandemia, pero se ha quedado entre nosotros y va a quedarse para siempre si nadie lo remedia. Recientemente hemos llegado a ver el esperpento de exigir a los refugiados que vienen de Ucrania, cita previa para atenderles, como si eso fuese lo más normal del mundo. O tiene Vd. cita previa, o no le atiende nadie, así reviente, le venza un plazo o le de un sarpullido, da igual: No tiene cita previa. Es aquello del “no me viene…”. Y si, ni va ni viene. Nada ni nadie. El ciudadano de a pie está cada día más indefenso y peor atendido. Y ojo que cuando consigue que le atiendan, vaya Vd. a saber qué le dicen y qué soluciones le dan: Cada vez se ven más recursos administrativos y reclamaciones previas en forma de formulario en el que el espacio para las alegaciones de fondo casi que hay que buscarlo con lupa.

Lo dicho pues: NO A LA CITA PREVIA. Lo cierto es que visto lo que hay, uno acaba prefiriendo a aquel funcionario malcarado del vuelva Vd. mañana. Por lo menos te atendían al día siguiente.

Y no puedo resistir, por último, soltar esta tontería: Me han asegurado que Putin no podrá invadir España, porque no ha pedido cita previa. Tal es la potencia de esta moderna institución.




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