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A finales de julio, me notificaron de la Sala del Tribunal Superior una sentencia que esperaba con la cosa aquella del novato. Se trataba de un asunto de alta complejidad que habia perdido en la instancia pero acerca del que mantenía el más absoluto convencimiento de que me amparaba la razón porque la tesis que sostenía a través de mi demanda, no tenía fisuras y era además totalmente sólida y coherente. El asunto era totalmente atípico y aunque la demanda iba de despido, lo cierto es que para llegar al fondo del asunto, teníamos que adentrarnos en materias más sofisticadas desde el punto de vista técnico como la validez de determinados acuerdos adoptados por una Comisión Paritaria de un determinado Convenio Colectivo, un Convenio además que afecta a varios millares de trabajadores.

Me había currado y mucho una tesis que por otra parte desenmascaraba una sistemática forma de actuar de los agentes sociales que sólo podía merecer el calificativo de fraude de ley.

‎La notificación llegó por correo con acuse de recibo (parece mentira que en toda una Sala de lo Social del TSJ aún notifiquen como cuando los Picapiedra...) y llegó en un momento en el que no estaba en el despacho. Nuestra eficiente secretaria abrió la notificación y allí estaba uno de los fallos más deseados y esperados de mi carrera profesional: Habíamos ganado!!! ... El WhatsApp empezó a echar humo... Me pasaron la sentencia en pdf para que la pudiera ver desde el telefono móbil... Y mi alegría fue aún mayor cuando comprobé que la Sala había comprado mi tesis, toda ella, enterita. Llegué al despacho y nada más cruzar la puerta los compañeros me recibieron entre aplausos y abrazos. Por un momento me sentí un tipo importante. Habia conseguido un relevante logro profesional, sin duda.‎

Pero la cosa tiene también otra lectura. La reacción de mis compañeros pone de relieve que ellos habían convertido aquél asunto también en "su" asunto. De hecho y sin darme cuenta, acabo de decir que habíamos ganado, no que había ganado, en singular. Y realmente es así porque aunque el caso me lo curré en solitario, me hice hartones de darles la paliza explicándoles como lo estaba planteando, las dudas que tenía y las inquietudes que iba viviendo. Y ellos, quizá sin ser conscientes, han contribuido decisivamente al éxito, dándome sus opiniones, haciéndome ver lo que yo no veía, dejando caer alguna sugerencia ó simplemente, dándome ánimos cuando me veían perdido o me liaba intentando rizar el rizo.

Estas cosas dan fe que lo del equipo es verdad y funciona. Y lo es hasta el punto de compartir los exitos propios y ajenos, pero también y más importante aún, en llorar juntos en los momentos duros, cuando el fracaso asoma por la puerta o cuando por empeño que hemos puesto, no hemos conseguido nuestros objetivos.




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