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  • «Me presenté en el mejor momento físico al Everest, pero el tema mental ha sido lo más duro. Si no hubiera sido por los mensajes de ánimo que recibía de mi mujer por el móvil y pensar que era un proyecto solidario, hubiera abandonado como lo hizo la mitad de la expedición»
  • «Después de unos días de admirar los paisajes, pasas a pensar en su peligrosidad, en que si te pasa algo te quedas allí, porque un helicóptero no puede volar a más de 6.000 m de altitud para rescatarte»
  • «Si me preguntan hoy si repetiría, lo he pasado tan mal que hoy por hoy no volvería a repetir la experiencia, aunque es un orgullo poder formar parte de la historia del Everest»
  • «Llevas toda la vida soñando con coronar el Everest y cuando llegas a la cima no sientes nada; sólo piensas que debes bajar enseguida y en que la mayoría de los accidentes se producen en el descenso por cansancio y falta de oxígeno»
  • «Para mi familia ha sido muy duro. Estuve incomunicado desde el día que empecé el ataque a la cumbre. Casi una semana sin que mi mujer e hijos supieran si estaba bien y si iban a volver a verme»
  • «El próximo proyecto es el de publicar un libro de mi experiencia del Everest, basado en las crónicas mías y que mi mujer me mandaba para darme ánimos, cuya recaudación será donada a la AECC para investigación oncológica»

Javier Oliver tiene 52 años, nacido en Lérida, con sangre aragonesa y valenciano de adopción desde los 14 años. Aprobó la oposición de notaría en el año 93 y lleva 25 años asesorando jurídicamente al ciudadano como notario; primero, un año, en Hornachuelos (Córdoba); pasando, once años, por Quintanar del Rey (Cuenca); y en Alaquàs, de 2006 hasta la actualidad. Su pasión desde niño por el deporte en general y por la montaña en particular le han llevado a realizar numerosas expediciones, siendo la del Everest su última y más dura aventura, pero con una valiosa recompensa al servir para recaudar fondos en la lucha contra el cáncer.

Este reto forma parte de “Encordados por la Vida”, un proyecto deportivo y solidario que nació con el objetivo de ayudar en la investigación oncológica tras superar esta enfermedad su mujer, la también notario, Carmen González-Meneses. Para el notario de Alaquàs, coronar la cima del pico más alto del mundo ha sido una magnífica experiencia, pero a la vez muy dura, sobre todo mentalmente más que físicamente.

Sin duda, por tener un objetivo solidario y por el apoyo recibido por su familia a través de las redes sociales, Javier ha tenido fuerzas para conseguir culminar el sueño que tenía desde niño, formar parte de la historia del Everest.

 

¿Por qué un notario se sube al Everest?

Mi vida siempre ha estado unida al deporte. Hoy mismo cuando salga de la notaría me estará esperando la bici, es una cosa habitual en mi día a día y cuando no hago deporte lo noto incluso a la hora de rendir en el trabajo.

Pensé en este reto por una doble vertiente: la personal y la solidaria; la primera para cumplir el sueño que tenía de pequeño de subir algún día a un ocho mil y por qué no subir al Everest que es el más alto; y la segunda vertiente y más importante, la solidaria, para concienciar a la gente a hacer donativos para la investigación oncológica por medio del proyecto “Encordados por la Vida”.

 

¿Qué es Encordados por la Vida?

Toda mi vida ha estado ligada al ciclismo de carretera, incluso he competido, pero hace unos años, y debido a un problema que tuvo mi mujer con el cáncer, nos volcamos en la montaña. Busqué algún tipo de actividad que pudiéramos hacer los dos juntos y empezamos a hacer mucha montaña en familia; al principio se planteó como un hobby, pero luego pasó a ser solidario.

Creamos este proyecto vital de promoción de la vida saludable, el deporte y la buena alimentación, que surgió para concienciar a la población del necesario acompañamiento al enfermo de cáncer y a los familiares para que no se sientan solos y de la importancia de recaudar fondos para la investigación oncológica. Con “Encordados por la Vida” queríamos transmitir que después de superar un cáncer hay mucho por vivir. Creamos así este proyecto solidario de montaña donde en cada expedición recaudamos fondos para la Asociación Española contra el Cáncer.

No admitimos patrocinio, nuestras expediciones nos las pagamos nosotros de nuestro bolsillo, lo recibido es para donarl íntegramente a la AECC y el acuerdo es para destinar lo recaudado a proyectos de investigación. Llevamos recaudados 20.028 euros. En el Everest hemos conseguido 3.735 euros en donativos para la investigación, para lograr en un futuro el fin del cáncer.

¿Cómo ha ido la experiencia, en lo físico y en lo mental?

Me presenté en el mejor momento físico de mi vida, con unos ocho meses de un entrenamiento brutal, de ciclismo de carretera, de trail running, horas y horas corriendo, con un esfuerzo importante, porque mi obsesión era llegar al Everest en el mejor estado de forma posible.

Estuve entrenando durante meses con tratamiento d hipoxia (déficit de oxígeno en la sangre), en el Hospital 9 de Octubre, con unas máquinas especiales que simulaban que estaba a 6.000 metros de altura.

Yo me sentía como superman y pensaba que, salvo que hiciera mal tiempo y la montaña no me dejara subir, en lo físico iba más que preparado, pero ni hablar. Fueron dos meses muy duros de expedición. El primer mes yo volaba, pero en el segundo mes la cosa ya cambió. El cuerpo no está aclimatado para vivir permanentemente a esa altura, ya que la mínima que mi cuerpo debía soportar era de 5.350 metros de altitud del campamento base hasta los 8.848 metros del Everest. Llegó un momento en el que cada día que me levantaba estaba más débil físicamente esperando la ventana del buen tiempo. Aunque el cielo estuviera raso, con vientos de 120 km/h era imposible subir, había que esperar a que esos vientos del Himalaya, Jet Stream, amainasen.

Aparte del aspecto físico, mentalmente la espera por el mal tiempo ha sido lo más demoledor para mí. Si no hubiera sido por los mensajes de ánimo que recibía de mi mujer Carmen por el móvil yo abandono seguro, como hizo la mitad de la expedición. Éramos doce escaladores y seis se fueron a casa, por problemas físicos, pero sin duda era la cabeza la que les falló. Físicamente te encuentras tan mal que es la cabeza la que tiene que poner orden; el cuerpo lo tienes machacado, pero debes pensar que seguro que tienes un poquito más de fuerza para lograrlo. La cabeza la tienes que tener muy en su sitio porque si no te vas a casa.

A mí me gusta la montaña, pero llegó un momento en el que no disfrutas y sólo piensas en que te estás jugando la vida. El primer día ves los paisajes y te quedas maravillado, pero pasan los días y la percepción cambia, sólo piensas en su peligrosidad. La subida al Everest por la ruta tradicional del 53, donde se subió por primera vez, tiene varias zonas muy místicas e increíbles, como la Cascada de Hielo; el Valle del Silencio; La Pared del Lhotse, otro de los catorce ocho miles, pared de hielo de un kilómetro muy empinada; las Bandas Amarillas, el Espolón de los Ginebrinos o el Collado Sur y, la última fase, en el Ataque a la Cumbre, para llegar al famoso Balcón, que es donde peor lo pasé. Aparte de hacerlo de noche y estar muy empinado, tuve un problema con la bombona, sin darme cuenta llevaba el regulador de flujo de oxígeno a 2,5 litros por minuto y mis compañeros lo tenían a 4 litros por minuto, lo llevaba a la mitad de ellos, estaba súper cansado, cada vez estaba peor, cada dos pasos tenía que descansar cinco minutos, parecía que estaba en la luna y que nunca iba a llegar. Los dedos de los pies no los sentía, por falta de oxígeno, más que por congelación porque los equipos que llevamos hoy en día están muy preparados contra el frío.

Todo se me juntó, además vi uno de los famosos muertos del Everest me lo encontré un poco antes de llegar al Balcón, tumbado boca abajo tapado por la nieve y con el mono de plumas descolorido, me dio un vuelco al corazón. En ese momento piensas que tú puedes sumar la lista de los fallecidos en el Everest, ya que allí no se puede rescatar a nadie porque los helicópteros no pueden volar a esas alturas. Si subes a más de 6.000 metros y tienes un problema que no te permite movilidad para bajar poco a poco, un edema cerebral o pulmonar, un desvanecimiento, un fallo del corazón, etc., sabes que te quedas allí para siempre…

El Everest tiene vida propia, ya no es sólo disfrutar de la montaña, te sientes muy pequeño allí. No lo haría nadie sin la ayuda de los Serpas, que se juegan la vida como porteadores de altura, guiándote de los peligros, llevando mochilas de más de 25 kilos y los hornillos para calentar agua. Gracias a ellos es posible hidratarse y es fundamental porque, aunque no sudas, el líquido se pierde con la respiración por el vapor de agua que exhalas.

Los Serpas se pasan el día derritiendo nieve y rellenándote tus cantimploras, con agua ardiendo, que guardas dentro del mono, que no sabe bien, y que debes tomarla rápido antes de que se vuelva a convertir en hielo en pocas horas.

 

¿Repetirías esta experiencia de hacer cima del Everest?

Todos los días quería volverme a casahasta que Carmen me mandaba pantallazos con los mensajes de apoyo de facebook que me subían el ánimo.

Si me preguntas hoy si repetiría, te digo que NO; si me lo preguntas mañana, no lo sé. Cuando el cuerpo te empieza a fallar, la cabeza te empieza a fallar también, lo he pasado tan mal que hoy por hoy no lo volvería a hacer. Dentro de un tiempo se te olvida lo malo, y seguro que pensaré en lo bueno: que es un orgullo poder pasar a formar parte de la historia del Everest. Había leído tantos libros del Everest que es un honor formar parte de su historia, como Edmund Hillary, Reinhold Messner, pero eso lo piensas después, en ese momento no, estás sufriendo tanto que no se te pasa por la cabeza. Aparte el Everest es muy traidor, por ejemplo el Valle del Silencio es un valle glaciar con hielo por todas partes, totalmente cerrado, vas caminando, sales del campamento base a 20 bajo cero y a las 12 de la mañana estás en el Valle del Silencio a 43 sobre cero… es horrible, el cuerpo no está preparado para eso, te abrasas, tienes una deshidratación brutal.

¿Qué sensación tuviste cuando tocaste cima?

Muy simple, no sentí NADA, yo iba enganchado a la cuerda fija y en la Cima Sur, piensas que ya lo tienes, pero aún te queda hora y media de tramo más técnico, toda la cornisa final que es preciosa pero dura con la pared rocosa el Escalón de Hillary, a casi 9.000 metros de altura.

La imagen de toda la cornisa se me quedó grabada, es preciosa, y de repente la cuerda se acabó, miré para arriba y estaba en la cumbre.

Había un montón de banderas de oración multicolor y todo el mundo de expediciones anteriores empezó a felicitarme. Llevas toda la vida soñando con el momento de la cumbre y cuando llegas no sientes nada, sobre todo porque estás tan cansado que sólo piensas que hay que bajar y que la mayoría de accidentes se producen en el descenso, donde más cansado estás y el oxígeno está en las últimas.

Me armé de valor y, en vez de parar en el campamento cuatro como todos, conseguí bajar de golpe hasta el campamento dos con menor altitud para poder descansar mejor.

Salí a las 21:30 h y llegué a las 15:30 h del día siguiente, me metí en la tienda incluso con los crampones puestos y todo, y aquí empecé a pensar que ya estaba prácticamente hecho. Fue aquí cuando comencé a asimilar lo conseguido y cuando me acordé de mi familia, de mi mujer y de mis hijos…

Y la familia, ¿Cómo lo ha llevado?

Ha sido muy duro. No sabían nada de mí en casi una semana, sin saber si estaba bien y si iban a volver a verme. Estuve incomunicado desde el día que empecé el Ataque a la Cumbre. Mi familia supo de mi llegada a la Cumbre de madrugada porque la expedición llevaba teléfonos satélite y se dio la noticia al campamento base con nombres para que lo colgaran en la página web. Muy duro, más aún porque mi mujer al ser montañera sabe de la dificultad y del peligro de la bajada. Ella no descansó hasta que no recibió un mensaje desde el campamento base con mi fotografía en la cumbre.

Los ánimos han sido fundamentales. Si no hubiera tenido wifi en el campamento base, igual me hubiera vuelto. Muchas veces pensé en abandonar, pero el pensar que no era yo sólo el que estaba subiendo, sino que había mucha gente detrás animando y además pensando en el objetivo solidario de la expedición, sacas fuerzas de donde no las hay para terminar la expedición.

 

¿Cuál es tu próximo proyecto?

De momento estoy descansando, pero seguro que pronto hacemos una nueva expedición para recaudar fondos para la investigación contra el cáncer. El proyecto más inmediato que tengo es el de publicar un libro de mi experiencia en el Everest, pero desde la perspectiva de cómo lo vive un familiar. Mi mujer, aún estando cansada, sabía que tenía que hacer su crónica al llegar a casa para que cuando me levantara me diera ánimos para seguir. De esas crónicas nace la idea de hacer este libro. Las crónicas le han servido a ella de terapia y a mí me han salvado la expedición.

Hemos recopilado toda la información y le hemos dado un formato diferente que creemos que va a gustar muchísimo, que es el relato del Everest por quien no ha estado allí. Son las crónicas de Carmen y las mías, pero con un enfoque diferente, tratar de contar lo que estaba sucediendo desde la vertiente familiar.

La idea es que todo lo que se obtenga de la venta del libro sea donado a la AECC. Para mí, el libro y su parte solidaria es el cierre perfecto del proyecto “Encordados por la Vida” del Everest.

¿Qué es lo único que te haría volver a subir al Everest?

Un buen día mi mujer se vino arriba y les prometió a mis hijos que, cuando acabasen la carrera, les regalaría un viaje que no se les olvidara con su padre, como hacer la Ruta 60 de este a oeste de EEUU en Harley Davidson, o hacer la Ruta 40 en la Patagonia entera en bicicleta de montaña, descender el río Yukón en canoa, alcanzar el Polo Sur geográfico tirando de un trineo, el último grado del Polo Norte o del Polo Sur tirando de una polca y también entre los viajes elegidos está el hacer un ocho mil… Espero que ninguno de mis hijos lo pida, aunque sería la única forma en la que repetiría, pero si lo eligen, trataría de que fuera uno como el Cho Oyu, y no el Everest que es muy duro, a casi 9.000 metros de altura.

 

¿Te llevas amistades?

Por supuesto, vienen a Valencia este verano un austríaco que hizo cima conmigo, y un chaval indio de 24 años, que tristemente no pudo terminar y que fue uno de los momentos más amargos de la expedición. Era mi compañero de tienda y como un hijo para mí, intenté que no se rindiera. Abandonó y yo creo que era uno de los más fuertes del grupo, porque aparte de los problemas físicos, estoy convencido que en el fondo le pudo la cabeza.

El cuerpo te la juega en el momento más insospechado y es la cabeza la que tiene que hablar con él. En su caso, al final ganó la cabeza y no pudo alcanzar su sueño, pero es joven y seguro que lo consigue; tiene toda la vida por delante.




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