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Habiéndose celebrado los 40 años de vigencia de la Constitución de 1978, son muchos los que plantean, desde partidos políticos, asociaciones y entidades públicas de diversa naturaleza, la posibilidad de realizar algunas reformas que deberían efectuarse para actualizar la norma suprema del ordenamiento jurídico español. Sin embargo, no es fácil modificar la Constitución en el presente momento.

Más allá de los aspectos procedimentales de la reforma constitucional, que son complejos y se encuentran detallados en los artículos 167 y 168 de la propia Constitución, son aspectos extrajurídicos los que obstaculizan la modificación de la norma fundamental. Se pueden enumerar unos cuantos, pero hay que destacar, especialmente, el odio, el deseo de confrontación, el egoísmo y la mediocridad de los dirigentes políticos.

El odio de los dirigentes políticos hacia las ideas que no se ajustan a las suyas, que se llega a extender a las personas que no piensan como ellos, es patente y, lamentablemente, se observa con facilidad en situaciones en las que algunos líderes parecen ser capaces de cualquier cosa para conseguir cumplir el objetivo de silenciar a todos los que no asumen sus doctrinas.

El deseo de confrontación de los dirigentes políticos, que se deriva del odio que sienten por las ideas contrarias a las suyas, se manifiesta todas las semanas. Los representantes de los grupos parlamentarios en el Congreso ya se han acostumbrado a dirigirse recíprocamente calificativos que sirven para deteriorar la imagen del oponente y también la propia. También hay que tener presente que los dirigentes de los partidos políticos regionalistas hacen todo lo posible por incumplir las normas que les vincular y demostrar la superioridad de algunas Comunidades Autónomas sobre las restantes.

El egoísmo de los dirigentes políticos es un problema ya detectado y analizado con profundidad. Todos los representantes de los partidos políticos defienden sus propios intereses y los de sus redes de contacto, olvidando en la mayoría de las situaciones los problemas que sufren los ciudadanos día tras día.

Además de los elementos indicados, la mediocridad de los dirigentes políticos provoca que sea complicado conseguir, para el caso en el que se alcance un acuerdo, que el mismo pueda resultar adecuado para todos los ciudadanos. No sería descabellado pensar en que el texto resultante de una modificación de la Constitución pueda generar más problemas de los que resuelva.

Desgraciadamente, las condiciones actuales impiden que pueda hablarse del consenso necesario para poder lograr una buena reforma constitucional. Por ese mismo motivo, habría que pensar en olvidar esa opción mientras no cambien las circunstancias de una forma clara.

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