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Estos días ando con la cosa (entre otras, claro…) de formalizar un recurso de casación para la unificación de la doctrina ante el Tribunal Supremo. Y me llega la ansiada Diligencia de la Sala de lo Social del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya poniéndome a disposición lo que en nuestro argot llamamos los Autos, que no es otra cosa que el expediente físico del asunto. Ese expediente que se supone está digitalizado y que siguen entregándonos en papel, porque no lo está. La Diligencia viene con una “perla” en línea de lo anterior que dice textualmente: “…El domicilio a efectos de notificaciones ante esta Sala no puede ser NOTICAT ni LEXNET (como había pedido yo), por no tener habilitada esta Sala dichos sistemas telemáticos…”.

Sin dejar de pensar lo que a buen seguro pensamos todos, para la Sala que me voy a recoger los Autos. Hacia ya un tiempo que no iba por allí y ya no recordaba lo fácil que es perderse por los laberínticos pasillos del Tribunal Superior. Aún así, mi memoria de pez consiguió llevarme hasta la Sala de lo Social. Una vez allí, hay que encontrar el departamento específico de “casación”. Y esto es ya más complicado. Suerte que encontré por allí una LAJ que conocía de cuando ella estaba en la instancia que me indicó el lugar. Pero no pude entrar como antes. Una mesa puesta a modo de barrera arquitectónica impide ahora el paso.

Explico de lejos a las funcionarias a qué voy y me dicen que espere fuera. Otra vez al pasillo. Al cabo de un rato, me entregan los Autos e inicio la aventura de volver a la salida de la sede judicial. Esta vez, me pierdo definitivamente. Tan perdido estaba que unas operarias de la limpieza decidieron acudir en mi socorro. Amablemente me indicaron la forma de salir. Me hicieron pasar por unas recónditas dependencias en las que no había estado en la vida y tomar un ascensor que tampoco había utilizado nunca. Un ascensor monoplaza o a todo estirar biplaza y solo si los dos se quieren mucho, porque solo caben abrazados. Llego a la planta baja y veo claro que voy a salir por donde no sale cualquiera. Y justo cruzar el umbral, un Mosso d’Esquadra que estaba allí de guardia, se cuadra militarmente al verme. Acto seguido,  otros 4 o 5 Mossos que estaban en las inmediaciones se van cuadrando a mi paso. Inconscientemente, me sube el ego por las nubes y correspondo a los saludos con un “buenos días” que repito a cada taconazo con el que me obsequian.

Ya en la calle, vienen dos Mossos más y cuando me los voy a cruzar de cara, hacen, también ademán de saludarme formalmente, pero uno de ellos rectifica el gesto dice: “… tu eres letrado, no?...". Me había "pillado". Automáticamente, se acabaron los saludos y mi ego volvió, de golpe, al lugar que le corresponde. Y asumido que no me iba a venir a buscar el coche oficial, fui, ya en mi condición de ciudadano de a pie, a coger el metro, diluyéndome de nuevo entre los de mi condición.




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