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El 8 de marzo se celebra en todo el mundo el Día Internacional de la Mujer, una fecha que se remonta a principios del siglo XX cuando las mujeres en todo el mundo comenzaron a organizarse y luchar por sus derechos. En los últimos años, el 8 de marzo ha sido reconocido como un día de acción global en apoyo a la igualdad de género y los derechos de las mujeres. En muchos países, se organizan manifestaciones y huelgas de mujeres para destacar las desigualdades de género que aún existen en la sociedad y para exigir cambios significativos en la política, la economía y la cultura.

El mundo del derecho y la abogacía no es ajeno a este problema. Suele ser un día en el que recordamos y homenajeamos a grandes referentes como son Clara Campoamor, Margarita Salas, Victoria Kent, Concepción Arenal, Dolores Ibárruri o María Telo Núñez, todas mujeres y juristas que han liderado importantes luchas en este sentido. Debemos seguir haciéndolo, pero, ¿qué más podemos hacer?, ¿qué está de nuestra mano?, ¿hay algo en lo que pelear en nuestro día a día y en nuestra esfera personal? La respuesta es sí.

Hablamos de las famosas expectativas sociales de género. Normas, valores y creencias que la sociedad tiene sobre los roles y comportamientos de hombres y mujeres. Estas se construyen a partir de estereotipos que se inculcan en la educación, los medios de comunicación y la cultura en general. En cuanto a las mujeres, son limitantes y restringen el potencial, el talento y las oportunidades. Aunque todos, mujeres y hombres, debemos aliarnos con un objetivo común, está dentro de cada una de nosotras desmantelar estos estereotipos y dejar de perpetuar la discriminación de género por la asunción propia de responsabilidades en exclusiva como los cuidados familiares o las tareas domésticas.

Volviendo a lo legal, en multitud de textos normativos de nuestro ordenamiento se recoge la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral. ¿Debemos esperar algo más del legislador? Siempre. Toda ayuda es poca para combatir los datos de brecha salarial o de acceso a puestos de responsabilidad y liderazgo. Es básico fomentar políticas que impulsen una cultura empresarial inclusiva que valore la experiencia y habilidades de todos, independientemente de su género. Pero, igual de importante es, no quedarse esperando que ocurra sólo. Cuestionar y desafiar en el ámbito privado de cada una de nosotras que la igualdad legal, se convierta en igualdad real.

Hemos teorizado creando diferentes metáforas que explican nuestras barreras invisibles, el techo de cristal, el suelo pegajoso… Todas ellas describen, perfectamente y en detalle, los problemas que impiden que las mujeres asciendan a puestos de liderazgo y toma de decisiones en el trabajo, a pesar de tener las mismas cualificaciones. Quedándose, muchas de ellas, atrapadas en trabajos de baja remuneración y baja calidad, con pocas opciones de progreso profesional. La presión para que las instituciones actúen desde arriba es fundamental, pero cada una de nosotras debemos pasar de la teoría a la práctica.

En definitiva, hay que seguir luchando. El 8M nos debe servir para parar y reflexionar. Recordar referentes. Celebrar lo que hemos conseguido y proponernos nuevos retos. Porque reivindicar ya lo hacemos durante todo el año. No debemos abrir más telediarios con graves noticias de violencia machista, pero tampoco, destacando la presencia femenina en sectores en los que llevamos años en la sombra, trabajando duramente para que el reconocimiento se lo llevasen otros. Cuando dejen de existir los titulares que puntualmente celebran la igualdad, seremos realmente iguales.

 




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