El otro día, tenía un par de juicios en la sala de vistas más próxima a la entrada de la sede de los Juzgados de lo Social de Barcelona, esa que está al fondo a la derecha, según el sentido de la marcha cuando se entra en el edificio. De este modo, me erigí en portero aficionado del lugar.
En esto, llega una vieja compañera (no precisamente por su edad) y no puedo resistir preguntarle qué le ha pasado, puesto que lucía una “tirita” en el brazo. Nada serio. Venía de hacerse un reconocimiento médico y se le había olvidado quitarse el apósito.… Entra luego otro viejo compañero, al que ya si le es de aplicación el calificativo. Nada llamativo en su aspecto, pero justo verme me explica que le han diagnosticado un cáncer. Parece que lo han pillado a tiempo, pero lógicamente, habrá que verlo. Trato de darle ánimos y él, con un aplomo admirable acaba, incluso, haciendo broma del suceso. Es uno de los grandes del oficio y sin duda de las mejores personas que conozco. Se va precipitadamente porque iba justo de tiempo y casi sin darme un suspiro para reaccionar, aparece a contraluz una imagen que me impacta de una manera particular. Se trata, de un inmenso “troller” tirado con evidente esfuerzo por una diminuta mujer. Instintivamente y aún a pesar de la mascarilla que solo deja ver sus ojos, identifico a la persona en cuestión. Es una jueza, aunque no recuerdo el Juzgado al que está adscrita, porque hace poco que le tenemos entre nosotros. La verdad es que no sé ni como se llama. Pero la imagen es de las que no dejan indiferente.
Al ver la escena, me sale del alma decirle a un compañero que por unos instantes me acompañaba en los cometidos de portero aficionado: Mira…, el peso de la justicia....
Luego, con más calma, me vino a la memoria que esta escena la he presenciado ya otras muchas veces. No es extraño ver a Magistrados y Jueces arrastrando, pesadas maletas. Pero ello no es sinónimo (sus excepciones habrá lógicamente) de que trasladen sus enseres personales de un lado a otro. El hecho suele estar motivado porque muchos, se llevan trabajo a casa. Las maletas, trollers o como se llamen, no contienen el neceser ni el pijama. Contienen esos expedientes supuestamente digitalizados que se llevan a casa para resolver recursos, poner sentencias, etc… Y es bueno que esto lo sepa el mundo. Porque reconforta pensar que a pesar de lo mal que funciona el sistema hay gente dispuesta a dejarse la piel y a sacrificar horas de su vida personal y familiar, para que aquella sentencia salga lo menos tarde posible, para que aquél recurso se resuelva y no se alargue el asunto si puede evitarse, etc…
Los esfuerzos de esta jueza joven y nueva en el oficio deben ser puestos en valor, porque lo tienen y porque transmiten, eso… que todo no está aún perdido, que quedan personas que ponen de su parte todo lo que pueden para que esto funcione. Una lástima que con los años algunos acaben siendo devorados por el pesado rodillo del sistema. Por el peso de la mala justicia.