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Jueves 7 de septiembre de 2023. Aproximadamente, las 17:00 horas. Silencio sepulcral en el despacho. Todo el mundo anda ensimismado haciendo su trabajo con presteza y dedicación. De repente, se oye un alarido desgarrador, al que siguen otros. Quien más quien menos, se levanta de la silla y corre hacia el lugar de donde procedía el espectacular chillido que no es otro que el habitáculo destinado a la intendencia, es decir, donde tenemos la máquina del café y esas cosas de supervivencia.

En pocas palabras, confluimos todos en el lugar, donde encontramos a nuestra secretaria desencajada señalando con el dedo un lugar del suelo y balbuceando algo así como ¡Una cuca..!!!...¡Que asco..!!!... Consternado y sin tener muy claro que es esto de “una cuca”, miro hacia donde señalaba la secre y no veo nada. Nada de nada. Ella dice que no puede estar un segundo más en aquél lugar y se va, seguida por otras compañeras a las que tampoco les hacia mucha gracia la escena. Quedo dentro del habitáculo con otra compañera en modo centinela y por fin aparece bajo el cubo de la basura una espectacular cucaracha, color diarrea, por cierto… Mi compañera acompañante, hace ademán de dejarme solo frente al peligro y lo hace, pero para traerme una escoba. Y ya convenientemente armado, toca enfrentarme yo solito al monstruo de seis patas. Por unos instantes, me siento San Jorge en su épica lucha contra el dragón para liberar a la princesa. En este caso, eran princesas en plural, porque la casualidad quiso que en aquél momento el único varón presente en el despacho fuese yo. Tenía que estar a la altura.


Estudio el campo de batalla, y decido hacer una maniobra de distracción, para obligar a la bestia a desplazarse hacia el flanco donde le esperaba con mi arma letal. Y mis conocimientos de estrategia militar, heredada de cuando hice la mili en infantería como soldado raso, dan el resultado esperado: Tras accionar con vehemencia mi arma de última generación, el bicho cae desplomado. La cucaracha finalmente ya no podía caminar… ni nada.
Victorioso de la contienda, abro la puerta del habitáculo y muestro el monstruo abatido a mis particulares princesas que por fin pueden respirar tranquilas. Ninguna acepta, no obstante, deshacerse del cadáver. Asi que vuelve a tocarme a mi. Lo hago depositando al ejemplar en el cubo de la basura orgánica, que en eso somos muy respetuosos con lo del reciclaje.

Y terminada la gesta, no me quedó otra que seguir con el recurso de reposición que le estaba poniendo a un LAJ que me requería a aportar un documento que no puedo aportar porque sencillamente, no existe.

La vuelta a la realidad de la reposición, me hizo comprender que yo también me había autorrepuesto a mi condición de simple abogado de a pie y que no iba a recibir ninguna condecoración por el éxito de mi victoriosa hazaña contra el oscuro ser, gesta que nunca pasará a los anales de la historia.
Buen finde y a poder ser, sin sobresaltos de estos y de ningún otro tipo.




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