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Un juicio, no deja de ser, entre otras cosas, claro, una puesta en escena. Las partes ponemos de manifiesto nuestras respectivas posiciones de forma pública, tratamos de demostrar que tenemos razón y dejamos al Juez el marrón de dirimir la contienda. Por alguna razón se llama al demandante “actor” en el juicio. Porque actúa. Esto si, no es necesario llegar al extremo – como hizo una vez una jueza novata -, de llamar a la demandante “actriz” en lugar de actora y plasmarlo así además, en la sentencia.

Algo de teatral pues tiene todo esto y como en todo teatro, siempre se cuecen cosas entre bambalinas. En nuestro caso este “cocinado” suele venir precedido de unas palabras mágicas que pronuncian muchos jueces antes de iniciar el juicio: “que pasen solo los letrados”… Y pasamos los letrados dejando a nuestros atónitos clientes fuera de la Sala, sin que acaben de entender a qué obedece tanto misterio.

Lo que ocurre entonces entre bambalinas, lo ilustro con una experiencia vivida esta misma semana. Se trataba de una demanda que no tenía ninguna viabilidad, motivo por el cual el Juez, tras decir lo de "solo los letrados", se lo planteó así de crudo a la defensa del actor. El compañero no trató de vendernos ninguna moto. Asumió que sí, que era cierto que la demanda era inviable pero que se había visto obligado a ponerla para ganar tiempo para resolver el asunto al margen del procedimiento judicial y así tener a su cliente más tranquilo, porque no atendía a tiempos ni razones y la cosa iba de paciencia. Nos explicó detalladamente las circunstancias del caso que eran totalmente razonables y creíbles y tanto SSª como el resto de colegas demandados asentimos en suspender el curso de las actuaciones por seis meses para que el compañero pudiese disponer del tiempo que necesitaba para resolver el caso fuera de los cauces procesales. Que el compañero nos contase lo que nos contó, nunca hubiese sido aprobado por su cliente, pero la explicación consiguió que el actor, sin saberlo, no perdiese un juicio que tenia perdido de antemano, sin causar, tampoco, perjuicio alguno a los demás. En este caso, doy por bien empleado el tiempo perdido, porque las razones de fondo justificaban sobradamente darle a nuestro compañero un poco más de oxígeno para que pudiese arreglar el tema de forma favorable a su cliente.

Al salir de Sala y volver con nuestros respectivos clientes, cada uno de nosotros “vendió” a su cliente la excusa que consideró que mejor le encajaba y cada uno volvió a su casa en paz a esperar este juicio que ya no se celebrará.

Para eso sirven estas conversaciones del “solo los letrados”, para poder decir y decirnos cosas que difícilmente podríamos explicar a los respectivos clientes, pero que pueden ser la clave de la resolución del conflicto, sin necesidad de que corra la sangre.

Y esto, aunque resulte difícil de comprender, forma parte de la grandeza de esta profesión, porque el juicio es y debe ser siempre el último recurso.




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