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OXFORD

Según contaron los ancianos en el concilio de esta noche, en tiempos remotos existió en el poblado una venerable y antigua institución que se dedicaba a instruir a los jóvenes en las artes y en las ciencias.

El poblado había alcanzado una gran prosperidad, ya que los titulados por dicha institución se habían dedicado durante muchas lunas a investigar, a estudiar y a aplicar los resultados obtenidos, consiguiendo notables avances en medicina, ingeniería, economía, astronomía, literatura, filosofía y derecho. 

Muchos otros poblados del inmenso territorio del continente, habían pedido que esos titulados fueran a sus instituciones educativas a enseñar sus conocimientos a sus jóvenes. Así, el continente sobrepasó en conocimiento al resto de los continentes, y los pobladores de estos solicitaron también que sus titulados fueran a enseñar todo su saber a sus jóvenes. Y al fin, el planeta alcanzó la modernidad.

En este punto del relato, las caras de alegría de los ancianos que participan en el concilio se llenan con arrugas de tristeza y sus ojos empiezan a humedecerse; muchos no pueden continuar y otros cubren sus rostros con pañuelos intentando ocultar su amargura. Sólo algunos, los más jóvenes, son capaces de proseguir la historia.

En un determinado momento, el poblado encargó a un pequeño grupo de expertos que actualizase las normas de su institución educativa a los nuevos avances del conocimiento. Al frente del mismo situaron a un poblador que era considerado noble de sentimientos y grande en el saber. El grupo hizo su trabajo y puso en práctica los resultados alcanzados. Durante un tiempo parecía que la confianza depositada en aquellos expertos había sido merecida. Sin embargo, cuando los ancianos que habían nombrado a aquel grupo habían muerto y otros habían tomado el rumbo del poblado, pudieron comprobar con horror la triste y grave realidad en la que se encontraba la institución educativa. Hasta tal punto la situación era crítica, que algunos de los ancianos del nuevo concilio no pudieron soportar el sufrimiento y fallecieron en medio de desgarradores lamentos.

El resto de los ancianos del concilio quisieron tomar medidas urgentes para acabar con la situación, pero la carcoma que invadía a la institución educativa estaba tan extendida, que comprendieron que se enfrentaban a una misión imposible.

Desde mi rincón del concilio observo los rostros de los ancianos. Todos han callado. El silencio es atronador. Hasta mis amigos, Tigre y Navarro, se despiertan sobresaltados y se levantan dispuestos a defenderme, ya que tan grave silencio es para ellos signo de alarmantes amenazas. Sólo el murmullo del crepitar de las llamas de la hoguera consigue que mis amigos vuelvan a dormitar tranquilos.

El más joven de los ancianos continúa el relato…

El inteligente líder de aquel grupo encargado de actualizar la institución educativa, en realidad, estaba poseído por unas ansias de poder absolutas, y poco a poco fue contaminado al resto de los miembros del grupo con las mismas intenciones. Había analizado la historia del poblado y comprendido que todas las expresiones de la vida en el mismo estaban marcadas por la institución educativa. Por tanto, si lograba controlarla, controlaría al poblado y al resto de los poblados; al continente y al resto de los continentes.

El primer paso en esta tarea consistió en cambiar la ley reguladora de la institución, estableciendo un sistema de nombramiento de sus docentes que, dando la apariencia de objetividad, mérito y capacidad, realmente estaba controlado por ese grupo, cuyos miembros, desde la más absoluta oscuridad, eran los que designaban verdaderamente a los docentes elegidos, todos de su máxima confianza.

A continuación, los nuevos docentes así designados repitieron la misma fórmula, por lo que, al cabo de unas lunas, aquellos pocos del principio habían extendido una tupida red de cómplices fieles, servidores leales, que, por encima del conocimiento, del mérito y del trabajo, cumplían sus órdenes de gobierno por muy caprichosas, extravagantes o ajenas al conocimiento que fueran. Y todos aquellos que no estuvieron dispuestos a participar en el juego, los que fueron considerados independientes, demasiado inteligentes o trabajadores, o reacios a cumplir sus órdenes, fueron excluidos de forma inmediata y tajante de la institución educativa.

Y la que había sido institución señera, de altísima calidad, honorabilidad y prestigio universal, cuando aquel concilio de ancianos sacó a la luz su miserable realidad, se había convertido en un ente endogámico, manipulado, y en el que el conocimiento objetivo, independiente, producto del trabajo y de la investigación, había dado paso a un conjunto de proyectos sin aplicación práctica, sin provecho, y sin beneficio alguno para el poblado que, sin embargo, embaucado por supuestos académicos cuya publicada excelencia procedía de su refrendo y cita mutua a través de publicaciones controladas por ellos y que ni siquiera ellos leían, había financiado generosamente a los mismos.

Y aquel concilio comprendió que sólo una revolución que instaurara un nuevo sistema educativo podría recuperar el perdido patrimonio de sus antepasados.

Y este escuchador, al finalizar el concilio de esta noche y acompañado de sus fieles amigos, se retiró y escribió lo que había escuchado a los ancianos para ejemplo de pobladores futuros, sabiendo que sólo podría tranquilizar su espíritu contemplando las estrellas.

 

EL ESCUCHADOR - ENNIO ALBINO JULIANO

 

http://politica.elpais.com/politica/2015/10/09/actualidad/1444417483_324121.html

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