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Siempre he creído que las redes sociales, con un buen uso, son un instrumento privilegiado para difundir lo que uno piensa, permitiendo crear, mantener y ampliar contactos con personas con las que, dadas las distancias físicas, sería casi imposible saber de su existencia. En algunos casos es un lujo disfrutar de esas relaciones con gente de gran calidad humana por lo que dicen y como lo dicen. Lo malo es que han dado un altavoz formidable a unos personajes que no tienen fronteras en su afán de dejar claro con sus palabras lo que un piadoso silencio hubiera disimulado: su mala educación. Son sujetos que tienen las formas histriónicas y agresivas como lenguaje universal y el monopolio de la razón como religión; cualquier idea de ponderación, matización, o de explicación complementaria les da urticaria. Y no se pongan por medio intentando argumentar; cuestionar su minuto de gloria, puede provocar insultos del más variado tenor de su parte y de la parroquia de “adictos” que todo bocazas que se precie comanda. Cualquiera que tenga una cierta actividad manifestando opiniones sobre temas de actualidad, sabe a lo que me estoy refiriendo. Estos sectarios necesita su espacio vital y en su vocación de difundir su vulgaridad y mal estilo, ha encontrado en las redes sociales (incluidas las profesionales) lo mismo que el fuego con la gasolina: un chollo.

Soy una persona con convicciones sociales y políticas muy arraigadas, y las he defendido contra viento y marea y a contracorriente casi siempre. Pero eso no me llevado, dentro de mi variado elenco de defectos, a suscribir los prejuicios, insana actitud que provoca hostilidad hacia personas y grupos; ya lo decía Einstein: "Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio". No solo se puede ser injusto con los prejuicios, sino que te pierdes la oportunidad de conocer y valorar opiniones distintas, pero que pueden ser de interés para matizar las tuyas (o incluso reforzarlas, afinando más el análisis una vez que conoces sus flecos o debilidades). Pero el sectario no necesita argumentos, viven en su monólogo a modo de protocolo uniforme. Y todo lo que sea salir de su guion previo, te convierte ante estos guardadores de la esencia (pongan ustedes el adjetivo que corresponda) en fascista si eres contrario a la amnistía o en amigo de terroristas si defiendes que lo que está haciendo Israel en Gaza patea el Derecho Internacional

Para opinar de forma eficaz es conveniente un nivel aceptable de conocimientos, es decir, no entrar a saco en materias donde nuestros datos o información son insuficientes. Pero sobre todo hay que hacerlo con talento y con talante, intervenir con prudencia y partiendo de la certeza que en cada momento tengamos sobre tal hecho o tal conocimiento, pero sin descalificar a quien piensa de forma distinta. Las buenas formas y la libertad de conciencia y de expresión pueden y deben convivir para logran una sociedad plural y democrática, sin esconder los conflictos, pero tampoco convirtiendo cada posicionamiento personal o colectivo en un garrotazo inmisericorde a la dignidad del prójimo.




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