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Introducción:

Ejercer como abogado de forma libre e independiente, además de ser la definición legal de nuestra profesión, debe ser una constante  en el día a día del abogado para ser objetivo en el asesoramiento al cliente.

Esto parece fácil de cumplir, pero puede llegar a ser muy complicado cuando te atas emocionalmente con el problema ajeno.

Por eso quiero aquí contar mis miedos. Mi incertidumbre. El apego humano al problema ajeno, a la injusticia. El temor al fracaso. El dolor físico que produce la derrota. Porque sentir miedo es humano, la incertidumbre lo causa. La vocación del letrado debe ser solidaria. Pero la solidaridad tiende vínculos, comparte emociones, preocupa. Y superar todo eso, es parte del proceso, del aprendizaje diario que supone aprender a ser abogado. Lograrlo es un sueño. Quererlo es lo bueno.

¿La vinculación con el asunto es buena o mala?

Para dar respuesta a esta cuestión hay que analizarla desde una triple perspectiva:

a)   A nivel Profesional.

b)   A nivel personal.

c)    A nivel social y familiar.

a)   A nivel profesional:

Hay quien piensa que el buen abogado es el que se vincula con el problema, pues se preocupa más y trabajará más. Sufre con el cliente y comparte con él su ansiedad por el problema.

Esta percepción es mas común entre los clientes que entre los profesionales, pero sé de abogados que también lo piensan.

A mi entender la vinculación emocional con el problema ajeno, produce una pérdida de objetividad profesional.

Se pierde independencia respecto del cliente y de los hechos que han de ser objeto de análisis jurídico.  Se convierten, también para el profesional, en un problema. Es decir, el profesional deja de considerar los hechos como tales y pasa a interpretarlos por su ego desde una vertiente emocional, introduciendo en el análisis, aspectos que están en sus sentimientos y emociones: miedo, rabia, culpa, inseguridad, y una constante preocupación por una cuestión que le debe ser totalmente ajena. Un asunto por el que va a cobrar  honorarios, por tratarlo con el rigor objetivo que impone su actividad profesional.

Cuando el profesional se contamina emocionalmente con el problema ajeno y pierde la  perspectiva clara y objetiva del análisis jurídico, esta defraudando a su cliente.

La vinculación profesional con el problema ajeno, es mala.

Como prestación de servicios, la abogacía requiere también objetividad para ser independiente del problema ajeno y del sentimiento del cliente.

Se nos paga para que demos una respuesta objetiva, sincera y honesta, sin vinculación emocional. Que incluya la opción de decirle al cliente que no tiene la razón, planteándole soluciones alternativas al juico, como la negociación, la mediación o el allanamiento etc.

Si el profesional se vincula emocionalmente con el problema que debe analizar, pierde objetividad e independencia, llevándole a tomar decisiones motivadas por sus sentimientos, no por su ciencia o técnica jurídica.

No hay que olvidar que la paga del abogado se llama HONORARIOS porque remuneran su honestidad y honradez.

Tampoco hay que olvidar que somos operadores jurídicos, presentamos hechos, probamos su existencia, y argumentamos jurídicamente su razón y conveniencia. 

El ego del abogado no puede formar parte del argumento jurídico, como la mota en el cristal no forma parte del paisaje que trasluce.

Todo lo anterior no impide que desde la mas absoluta asepsia emocional, se llame al cliente un sábado por tarde para preguntar por él, o dedicarle un tiempo extra.

Además de agradecerlo el cliente, se realiza  una importante labor humana, una de esas cosas que hacen sentirse mejor.

b)  A nivel personal:

Cuando dejamos que el problema ajeno contamine nuestros pensamientos, nos lo llevamos a casa.

El miedo del cliente a perder su asunto nos contagia. Si perdemos el asunto la sentencia nos duele. Nos cambia el humor, se ennegrece la vida. Te desvelas. Te desesperas. Sientes rabia hacia el contrario que ha ganado la sentencia, a quien imaginas riendo, esperando su firmeza para macharte… Comienzas a vivir en primera persona las consecuencias de haber perdido el pleito: las costas, los intereses, la imposibilidad del recurso, las tasas, el agobio de los plazos…

Cada pensamiento es mas terrible que el anterior. Y duele. Físicamente duele.

La mala noticia es que ese dolor, ese sufrimiento, daña físicamente tu cuerpo, y deja mella. Además, te daña psíquica y emocionalmente; te quita la ilusión, provoca desánimo, provoca  insomnio, acelera el ritmo del corazón y lo termina lesionando, se llena el cuerpo de adrenalina, nos hace irritables.

La buena noticia es que todo ello lo producen tus pensamientos y solo de ti depende el poder cambiarlo; impidiendo y rechazando esos pensamientos de baja intensidad que taladran tu cuerpo y contaminan tu mente.

c)  A nivel social y familiar.

No es difícil imaginar que quien tiene el ánimo alterado, irritable y con desaliento no es el compañero deseado, el padre o madre que juega, el hijo amable, el amigo que ríe.

Cuando nos dejamos infectar por el problema ajeno, nos contaminamos nosotros y como enfermedad viral, contagiamos a otros. Nuestro ego lo interpreta como algo preocupante y comienza a manosearlo.

Nuestro malhumor trasciende en casa y con los amigos. Nos  impide  disfrutar del presente. Nos hace vivir en el pasado o constantemente preocupados por el futuro. Si, pre ocupados, ocupados previamente por lo que aún no ha pasado. Sin resolver, sin hacer, solo con la mente dolida. Como una moviola que lo pasa hacia delante y hacia atrás constantemente.

Mientras, nuestra vida sigue. Pero nuestra mente solo pone una película, siempre la misma. Escuchamos sin parar esa voz que repite y analiza el mismo tema y que yo llamo “Radio honda preocupaciones: La emisora cerebral que le llena de ansiedad y le toca los …. cojones”

Llegamos a casa del despacho, donde nuestra hija nos dice que ha sacado un 9,5 en un examen y apenas somos capaces de esbozar una sonrisa. Nos llaman los amigos para salir a cenar y no queremos. Nuestra mente no nos deja, no nos permite nada que pueda hacernos feliz. Dejamos de vivir en el ahora. Nuestra mente se instalado en el problema. Estamos ausentes.

Nadie ha pensado que tal hecho es enfermedad. Nadie valora esto como enfermedad del trabajo. Pero el trabajo lo causa. Tu no cobras nada por ello. Pero se lo haces pagar a los tuyos. ¡Y a que precio!  

Trabajar con el problema ajeno, requiere rigor. Profesionalmente tu buen hacer te exige el descanso. Es triste pero, si no eres capaz de lograrlo por tu familia y tu salud, piensa que te lo exige también tu trabajo, que si no descansas, mañana no rendirás. Imponte a toda costa rechazar el dolor y la sensación del fracaso. Desconecta y descansa.

 

¡Los tuyos te lo agradecerán igual!




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