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Jose F. Sánchez

Madrid, 27 jul (EFE).- María José, madrileña de 48 años, era una persona de confianza para Gabriel, marino mercante de profesión, y para Freddy, dueño de una inmobiliaria en la capital, víctimas de dos crímenes separados en el tiempo por tan sólo tres meses pero conectados, porque esta mujer participó presuntamente en ambas muertes movida por dinero.

Nacida en 1975 y vecina de Torrejón de Ardoz, a María José la definió una de las investigadoras del crimen del marino mercante como una "superviviente" que se había adentrado con astucia por los siempre conflictivos mundos de la droga y la prostitución, en este último como trabajadora, en primera instancia, y después como "madame".

Tenía un antecedente por estafa en 2013, pero la etapa de su vida que desemboca en los dos homicidios comienza en los últimos cinco años, cuando se incorpora a trabajar en una inmobiliaria que regenta Freddy, originario de Colombia, y en la que también es empleada una prima del responsable, según el sumario de este caso, al que ha tenido acceso EFE.

En esa misma época, concretamente en 2018, María José denuncia por acoso y amenazas a través del móvil a Gabriel, un marino mercante que arrastra una doble vida: la de un trabajador ejemplar y acomodado que cobra unos 7.000 euros al mes por pasar medio año embarcado, y la de un hombre adicto a la cocaína y cliente habitual de la prostitución.

Las desavenencias entre ambos surgen por motivos económicos, ya que ella es una de las personas de confianza a las que el marino mercante, que no tiene ninguna cuenta bancaria a su nombre en España por una deuda, deriva el salario de sus nóminas.

María José solía quedarse con un pequeño porcentaje del dinero y, a cambio, ejercía como su "conseguidora" de drogas y prostitutas, aunque recientemente había abierto un centro de formación de estética en Torrejón de Ardoz.

EL ÚLTIMO REENCUENTRO

Las investigaciones del primer crimen que presuntamente lleva la firma de esta mujer arrancan el 9 de agosto de 2021, cuando una vecina del distrito madrileño de Villa de Vallecas alerta a los servicios de emergencias de un conato de incendio en el pinar del conocido como cerro del Murmullo.

Bajo uno de los árboles, donde estaban las llamas, se encontró una escena propia del crimen organizado: un cadáver de un hombre al que habían amputado las falanges distales de los dedos y extraído todas las piezas dentales, todo con la intención de imposibilitar la identificación del cuerpo.

Pero la Policía Científica, en uno de sus trabajos más minuciosos de los últimos años, logra poner nombre pocos meses después a ese cadáver semicalcinado, el de Gabriel, un marino mercante de 63 años con graves adicciones y un entorno conflictivo y alejado de sus familiares.

Los investigadores del Grupo VI de Homicidios de Madrid reconstruyen sus últimas horas de vida y descubren que pocos días antes había vuelto a España después de uno de esos largos periodos en alta mar.

Aterrizó en el aeropuerto Adolfo Suárez Madrid-Barajas, donde le esperaba María José, con la que se marchó a Torrejón de Ardoz, en concreto al negocio de estética que regentaba, donde presuntamente acabó con la vida de Gabriel mediante algún método de asfixia que no pudo determinarse.

Días después le pidió a un amigo su coche para una supuesta mudanza y transportó el cadáver hasta el pinar del cerro del Murmullo, aún no se sabe si con ayuda de alguna tercera persona.

UN ENCARGO ENVENENADO

En paralelo a esta compleja investigación, el otro grupo de Homicidios de la Policía en Madrid, el V, se hacía cargo de la muerte violenta de un hombre al que los agentes encontraron semidesnudo, maniatado, amordazado y con signos de tortura en su casa del distrito de Puente de Vallecas el 28 de noviembre de 2021.

Se trataba de Freddy, de 51 años, a quien aparentemente habían asaltado en su domicilio con un objetivo claro: la caja fuerte que tenía en su vestidor.

Pero la víctima, por más golpes y torturas a las que le sometieron, no dio su brazo a torcer y murió sin haber dado la clave de la caja a los asaltantes.

Desde un principio los investigadores centraron sus sospechas en el entorno familiar más próximo a Freddy, ya que era muy desconfiado y las personas que conocían la ubicación de la caja fuerte se podían contar con los dedos de una mano.

Sin embargo, la Policía dio en primer lugar con los presuntos autores materiales del asalto mortal, en parte gracias a la colaboración ciudadana, que a partir de una etiqueta ubicó a los investigadores el bazar chino en el que habían comprado las bridas y los guantes hallados en la escena del crimen.

Uno de los primeros detenidos quiso exculparse ante los agentes asegurando que su única labor el día de los hechos fue recoger en Torrejón de Ardoz, en la puerta de un local de estética, a "una mujer rubia" y llevarla hasta la casa de Freddy.

Esa mujer, según las pesquisas, era una pieza clave en el plan, puesto que la víctima, antes de abrir la puerta, debía ver por la mirilla a una persona de su confianza.

Los investigadores identificaron a María José, a quien tanto la prima de Freddy, con la que había trabajado en su inmobiliaria, como su marido también habían encomendado la envenenada tarea de reclutar a los encargados de perpetrar el asalto.

Al cruzar los datos con el otro grupo de Homicidios, los agentes comprobaron que María José ya estaba en prisión provisional por el crimen del marino mercante.

Ella aún no ha reconocido su implicación en las muertes de Freddy y Gabriel, pero será la justicia quien, más pronto que tarde, dicte sentencia.




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