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Esta semana y aunque parezca increíble para un adicto a la Sala de vistas como yo, he podido “ligar” dos días seguidos sin juicios y por tanto, me he podido dedicar a intentar poner algo de orden en el papeleo del despacho, que falta me venía haciendo.

Y eso, que me lanzo a vivir la apasionante aventura de pasar un par de mañanas enteras en el despacho por lo que dirijo los pasos de mi maltrecho cuerpo hacia allí a primerísima hora de la mañana. Voy a abrir la puerta y resulta que no hace falta. Ya está abierta, mejor dicho, entreabierta. La empujo con sigilo y observo justo al lado del mostrador donde opera habitualmente nuestra eficiente secretaria, un cubo con un poco de agua del que asoma el palo de una fregona. Huele a limpio.

Doy unos cuantos pasos y no percibo más que el silencio, hasta que oigo un ruidillo en la otra punta del despacho: Es Mercedes, la señora de la limpieza como se les mal llama por ahí. Está a lo suyo, sacando el polvo de un mueble. La saludo desde lejos para que no se asuste y me acerco un poco más para acabarla de saludar ya un poco más de cerca. Como en otras pocas ocasiones, me devuelve el saludo y sigue sacando brillo a una superficie metalizada.

Tomo posesión de mi despacho, éste que es testigo de mis más ausencias que presencias. Está como los chorros del oro, esto si y como siempre también, el montón de papeles que tengo según me siento a la izquierda, aparece a la derecha. Ni se me ocurre quejarme. Esto significa que Mercedes ha hecho bien su trabajo y ha pasado el trapo por todas partes. Ella no es de las que esconden el polvo debajo las alfombras. Se deja la piel dando de si todo lo que puede y puede mucho. No la conozco demasiado porque coincidimos poco, pero estoy seguro que es una persona honesta y trabajadora como pocas. No se porque, pero se nota.

Hoy que tengo un poco de respiro, creo que es justo y necesario poner en valor el trabajo de estas personas a las que casi no vemos, pero que están ahí y hacen un trabajo sin el cual los demás no podríamos hacer el nuestro. Es más, no podríamos ni vivir.

Gracias, Mercedes.




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