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Carmen Rodríguez

Madrid, 20 dic (EFE).- Conectados a internet, con cámara, micrófono y aplicaciones propias. Los juguetes conectados están de moda, pero antes de poner uno en manos de un niño hay que tener en cuenta varias consideraciones de seguridad para que no representen un potencial peligro.

Lo primero es tener claro a qué nos referimos. Según la Agencia Española de Protección de Datos (AEPD), estos juguetes realizan una conexión a internet para intercambiar información con fuentes externas y suelen requerir la instalación de una app en un dispositivo móvil.

El juguete puede recopilar información del menor, imágenes y sonidos que envía a la app y de ahí a la red, es procesada y el resultado vuelve al dispositivo, que puede, por ejemplo, responder a órdenes y preguntas.

Además, los hay que usan inteligencia artificial, con un software que les permite aprender a medida que tienen más datos del usuario para mejorar su experiencia.

Los riesgos a los que hay que hacer frente son los mismos en ambos tipos de juguetes y derivan de la conexión a internet, ya sea de forma directa o por otros dispositivos, dice a EFE Cristina Gutiérrez, técnica de ciberseguridad para menores del Instituto Nacional de Ciberseguridad (INCIBE).

El mercado mundial de este tipo de juguetes va a experimentar un crecimiento porcentual de dos cifras, para llegar hacia los 22.000 millones de dólares en 2027, según datos de la empresa de cibeseguridad Eset.

Estos juguetes pueden tener funciones lúdicas o educativas, pero cuando la conectividad, los datos y la informática se unen las preocupaciones por la privacidad y seguridad empiezan a aumentar.

Los expertos coinciden en que antes de comprar hay que investigar un poco el juguete, saber qué datos se recogen, con qué finalidad o quién es responsable de ellos.

En definitiva, leer las aburridas y a veces poco comprensibles políticas de uso y privacidad, aunque no lo hagamos para nuestros dispositivos, sería obligatorio para los que damos a los niños.

Cada vez más, desde la sociedad se exige a los proveedores que tengan unos términos y condiciones que el usuario entienda, si hay dudas o problemas el fabricante debe tener un servicio de atención y también se puede contactar al teléfono 017 del INCIBE, destaca Gutiérrez.

El fabricante -agrega- está obligado a incluir en las condiciones de uso qué datos se recogen y cómo van a emplearse. En Europa las leyes son muy garantistas y cuando se trata de menores “no está permitido nunca el uso comercial de esos datos”, pues son un colectivo al que se aplica una “especial protección”.

Muchos juguetes necesitan que se descargue una aplicación, lo que hay que hacer siempre desde tiendas oficiales, y registrarse con datos del menor o su tutor, casos en los que “hay que dar solo la información estrictamente necesaria”, dice a EFE el director de investigación y concienciación de Eset, Josep Albors.

Ambos expertos recomiendan conocer la reputación del fabricante, buscar en internet si ese modelo ha tenido algún problema de seguridad o vulnerabilidad y leer las opiniones recientes de otros usuarios. También en la red es posible encontrar las condiciones de uso.

Gutiérrez señala que en el mundo ha habido casos de muñecas que podían establecer conversaciones cuando se suponía que estaban apagadas o incidentes de seguridad en los que los datos de los usuarios han quedado expuestos.

Sin embargo, como la infancia es un colectivo “muy sensible”, los fabricantes, al menos en España y Europa, suelen cuidar esos datos y “no hay casi hechos significativos” en los últimos tres años.

Un juguete conectado, si no está bien protegido y sin el software actualizado, puede presentar vulnerabilidades y ser “hackeado” por personas que los buscan para acceder a la información de audio o vídeo e incluso entrar en contacto con el menor, señala Albors.

Antes de que el niño use un juguete conectado, “hay que asegurar el entorno para preparar esa experiencia de juego a nivel tecnológico”, dice la experta del INCIBE.

Entre otras recomendaciones, hay que asegurar la conexión a internet, usando solo las redes que controlamos, como la de casa, y en las que podamos cambiar las contraseñas por defecto, evitando las wifi públicas.

Usar contraseñas robustas en las cuentas asociadas, mantener el software actualizado, observar cómo interactúa el juguete con el menor, comprobar que indica cuándo está recolectando datos y que está completamente apagado cuando no se usa.

Gutiérrez recuerda que muchas app disponen de un control parental y, en caso contrario, siempre se puede instalar para ayudar a ajustar y gestionar mejor el tiempo de uso.

El portal “Internet segura ForKids (isS4K)”, del INCIBE, destaca en una de sus guías que hay que enseñar al niño a no decir o hacer cosas delante del juguete que no quisiera que oyera o viera un desconocido y que no se deben usar para ofender a otras personas, por ejemplo grabando una conversación ajena para reírse de ellas.

En definitiva, agrega la guía, hay que comprar con responsabilidad, reflexionando sobre si realmente tiene una función educativa o de mejorar del entretenimiento, pues “comprar un juguete conectado por un capricho no es responsable”. Además hay que valorar sus características “anteponiendo siempre el bienestar y la seguridad” del menor.




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