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Estábamos en el Juzgado el otro día, unos cuantos compañeros, todos ya veteranos, haciendo el clásico corrillo de espera para entrar en Sala.
Y en eso que me vino a la cabeza, así, de repente, el primer día de hace ya muchos años, en que pisé un Juzgado de lo Social.

En aquél entonces yo trabajaba de administrativo en el departamento de siniestros (hoy le llamaríamos prestaciones) de una Mutua Patronal de Accidentes de Trabajo (hoy, Mutua Colaboradora con la Seguridad Social) y compaginaba el trabajo con mis estudios en el turno de noche (si, entonces había turno de noche..) de la Facultad de Derecho. Mi Jefe, que era a la vez, el abogado que llevaba los asuntos de la Mutua, un buen día me dice: “Coja su abrigo y acompáñeme”. Un tanto sorprendido, hice lo que me pidió. Cogimos un taxi que acabó su recorrido frente a un edificio en cuya puerta rezaba “Magistratura del Trabajo”. Entramos y me hizo entrar en un habitáculo (entonces no sabia yo lo que era una Sala de Togas), saludó a varias personas y se acercó a un espejo. Se quitó la corbata, sacó otra corbata negra de la cartera, se la puso y le pidió al encargado del lugar una toga. El empleado, saluda a mi jefe y le da la toga. Nada más recibirla, éste me la entrega a mi y me dice: “sígame…”.

Empecé a seguirle con la toga enredada entre mis brazos por los pasillos plagados de gente de toda clase color y condición. Y de humo, mucho humo que entonces todo el mundo fumaba. A todo eso, abrió una puerta que daba paso a un ensordecedor ruido: Eran las máquinas de escribir (mecánicas, claro) de los funcionarios que a velocidad de 300 pulsaciones por minuto, plasmaban sobre el papel y sus copias (con papel carbón, por supuesto), Providencias, Autos, Sentencias, Actas y toda suerte de documentos de esta guisa. Mi mentor, se dirige a uno de los funcionarios escribientes, balbucea unas palabras y el funcionario se levanta del asiento y entra en un despacho contiguo. Nos dice que en pocos minutos empezamos. Me pidió que le entregase la toga y le ayudé a ponérsela. Entró en Sala y me invitó a hacer lo propio indicándome que tome asiento y observe. Tras eso, saludó a SSª con una media reverencia y ocupó su espacio en el estrado. Vi, por primera vez en mi vida, un juicio. SSª dio el visto para sentencia y salimos no sin antes observar como mi jefe se despide del Juez con una nueva media reverencia y al salir saluda a su contrario con un apretón de manos. Deshicimos lo andado y devolvimos la toga a su lugar de procedencia.

Hoy, quizá algunos podrían interpretar lo relatado como un episodio de servilismo y hasta de abuso de poder. Yo siempre lo recordaré como un acto de empatía y confianza que sirvió para abrir la primera rendija de la puerta de lo que al final se convertiría en lo más importante de mi vida, tras mi familia: Mi profesión.

Nunca agradeceré lo suficiente a aquel hoy ya colega, que me convirtiese en aguantador de toga por un día.




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