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Hoy ando algo espeso. De espesura mental, quiero decir. Y en este estado suelo ser peligroso porque empiezo a soltar lo primero que me viene a la cabeza. Lo curioso es que hoy no me viene nada en concreto, pero si me viene todo en general. Puede que sea contradictorio, pero es lo que hay ahora mismo. De hecho el ser humano es contradictorio por naturaleza y honestamente pienso que no debe ser tan grave. Contradecirse a si mismo suele ser constructivo porque le hace ver a uno su otro yo, y si se me apura, el de más allá, que tampoco acabo de tener claro lo de las varias personalidades en una sola persona.

Así que aquí me tenéis, encarando un fin de semana que aparenta absoluta normalidad y una nueva semana iluminada ya por los leds navideños. Atrás quedan los juicios de la semana que ahora termina que han ido sucediéndose, en esta ocasión, sin pena ni gloria y los tropecientos escritos redactados de la mejor manera que he podido: Simples escritos de trámite, varias impugnaciones de recursos de suplicación, un recurso de igual clase y en definitiva, lo de siempre. Y ahora viene aquello de decir y que no falte que de eso vivimos y nos alimentamos.

Es lo que tiene nuestro oficio: Días de gloria, momentos más o menos tediosos y vivencias propias de una película de terror. La cosa es no perder la capacidad de sorprenderse y de sorprender. Mantenerse ahí, incombustibles, al pie del cañón y siempre en la primera línea de la trinchera. Si algo quiero, es no engañarme a mi mismo. No soy ni quiero ser un erudito, soy y quiero, seguir siendo de toga y sala. Soy así de raro. Dicho esto, vuelvo al espesor de mi mente.




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