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Cambiaré; tampoco mentiré en este segundo cuento de Navidad, redactado atendiendo a la solicitud de David un joven abogado de recoger en los artículos “un poco más de lo que se ve de verdad en el juzgado”. Ya quedó escrito en el cuento anterior aquello de “una golondrina no hace primavera.”

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Esta era la cuestión: los dos eran viejos conocidos, cada uno tenía su empresa y uno de ellos era proveedor del otro; incluso tenían cierta amistad. Pero de algo hemos de vivir los abogados, y sin saber ni como ni porqué, mi vecino recibió una carta reclamando el importe de ciertas facturas; sorprendido y enfadado llamó a su “conocido”, y el lío fue a más. La relación comercial, de muchos años, desapareció. El enfado aumentó cuando llegó una demanda reclamando facturas impagadas, circunstancia que mi vecino negaba.

En Derecho, no es suficiente alegar, sino es preciso probar. Y aquella demanda, carecía en sus alegaciones de lógica, y de todo medio de prueba. Unas facturas en si mismas no son medio de prueba. El Código de Comercio en su artículo 25.1 dice “Todo empresario deberá llevar una contabilidad ordenada, adecuada a la actividad de su empresa que permita un seguimiento cronológico de todas sus operaciones, así como la elaboración periódica de balances e inventarios. Llevará necesariamente, sin perjuicio de lo establecido en las Leyes o disposiciones especiales, un libro de Inventarios y Cuentas anuales y otro Diario.” Y esa contabilidad ordenada se pidió, y no se obtuvo; el demandante carecía de ella, y quien le redactó la demanda, se empeñaba en hacer pasar por contabilidad los libros de ingresos y gastos exigidos por la legislación tributaria. Y como eso de los impuestos, IVA principalmente, está impregnado de Derecho de la Unión Europea, con base en el artículo 267 del Tratado de la Unión Europea planteamos al Juez, una cuestión prejudicial, la cual antes o después, debería de llegar al Tribunal de Justicia de la Unión Europea.

Mi vecino tenía las facturas muy bien ordenadas, y muy bien registradas. Tenía también una caja de cartón grande donde dejaba los albaranes de entrega de las mercancías recibidas, incluidos los del demandante. Pagos por cuenta bancaria, pagos en mano, justificantes de recibo de cantidad firmados, … ¿de que color es el dinero? Si decimos blanco o negro, los papeles de aquella caja reflejaban una amplia gama cromática; si decimos A o B, ordenados los papeles se nos acabó el abecedario. ¡Que trabajo! Con todo aquello, facturas, albaranes y recibos de cantidad, quedaba justificado el pago de las facturas reclamadas. Hojas de cálculo recogiendo pedidos, albaranes de entrega, recibos de cantidad y facturas concordados. La cantidad reclamada no era elevada, el esfuerzo realizado tan sólo se justificaba por la vecindad; así hube de explicarlo al Juez a quien correspondió el asunto, cuando unos días antes del juicio y por otro asunto hablamos. Este hombre, este juez, trajo a colación la antigua amistad de los litigantes, y me animó para llegar a una solución amistosa, pues la cosa podría ir para largo de plantear la cuestión prejudicial ante el Tribunal de la Unión Europea, y la cantidad, tampoco era tanta. Me comprometí con transmitir su posición conciliadora a mi vecino. Preparando el juicio, dado el esfuerzo enorme realizado, dichosa caja, mi vecino se negó, no, no y no, no le debo nada y está justificado. En los juicios se sabe cómo y cuándo se entra, no cómo y cuándo se sale; no me importa.

Y llegamos al juicio, antesala; mira ahí está tu “amigo” habla con él, trata de arreglarlo. No hubo manera. Entramos en Sala, cada uno en su lugar; el juez planteó a los litigantes la posibilidad de un acuerdo, como obligación legal, y humanamente, apelando a su previa amistad. Ambos salieron de la Sala, también el redactor de la demanda, yo me quedé sentado y, el juez al ver que no me movía preguntó, “¿no sale usted?”; “no, si salgo, me conozco el percal, no se arreglará nada.” Mientras unos hablaban fuera, en la espera, dentro tratábamos de arreglar el mundo. Y como nos pasó a nosotros, los de dentro, pues el mundo seguiría igual, cuando entraron enfurruñados, plantearon el continuar el pleito. Y entonces apareció Job, ese personaje bíblico adalid de la paciencia, el Juez (ahora con mayúscula), mientras yo, malicioso sonreía, exhortó a los dos hombres, y volvieron a salir, esta vez solos. Se abre la puerta, entra el contrario y, mi vecino me hace señas, salgo; han llegado a un acuerdo me comenta, ¿cuál?, por mitad y en tantos plazos; vale, pues vamos allá.

No hay mejor sentencia que un acuerdo. Siempre que el acuerdo se pueda, legalmente cumplir. Señoría, mi cliente dice, y miro al contrario, que han llegado ustedes a este acuerdo, ¿es así?, pregunto; si, me responde el señor; pues lamento decirles que no cabe por ser ilegal. El redactor de la demanda y el Juez me miraron, no entendían nada; recordé la reclamación de facturas, la reducción de su importe a la mitad, y miré usted por donde, a ese socio chupasangre de todo español, la Hacienda Pública, y su parte del pastel. Los comentarios del redactor de la demanda ya los doy por olvidados, pero el Juez entendió; había alguna otra cosa más, el aplazamiento del pago de dinero, pues si no se dice nada genera intereses a declarar al socio; el uno se alborotaba, el Juez entendía; y, como son empresarios, se ha de aplicar o renunciar al interés del artículo 7 de la Ley 3/2004 de antimorosidad, y de nuevo el socio puede reclamar.

Job se tomó su tiempo, el Juez redactó, leyó y entre todos fijamos los extremos del acuerdo; los dos “amigos” asintieron. Se inició el acto inicial, si inició la grabación, las partes aceptamos el acuerdo y el asunto concluyó. Nos levantábamos y recogíamos los papeles de las mesas, y con cierta guasa me dirigí al Juez: “¡hay que ser vago!,¡lo que se hace por no redactar una sentencia!”

Es cierto que una golondrina no hace primavera; es cierto que todos nosotros, a una hora podemos ser unos canallas, y un rato después, buenas personas; es cierto. Los Jueces y las Juezas, son tan personas (maliciosamente - al fin y al cabo, soy abogado - con matices) como los demás. Es cierto que una golondrina no hace primavera, pero anuncia su posibilidad. Por eso ¡Paz en la Tierra a las mujeres y hombres de buena voluntad!, ¡Paz en la Tierra a las Juezas y Jueces de buena voluntad!  Y como en botica, habrá de todo, ¡Paz en la Tierra a las abogadas y abogados de buena voluntad!

En estas fechas mi felicitación es muy antigua, sonaba en Belén al nacer el Niño: “Paz en la Tierra a los hombres de buena voluntad”. Pues bien, abogado, canalla y buena persona a veces, deseo tener buena voluntad, deseo tener paz, y para terminar, a regañadientes admitiré, con relación al “redactor de la demanda”, la posibilidad de ser abogado.




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