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No pienso que ninguna profesión liberal e independiente sea fácil, pero sí creo que tampoco ninguna tiene la dureza y hostilidad a la que se someten los abogados. Una profesión con mucha competencia y donde aunque no se pueden garantizar resultados porque siempre trabajas en un terreno en el que recibes los golpes del contrario, y luego además, decide un tercero juzgador… sí, es duro. Hostil también, porque aunque se presupone que los abogados son compañeros de profesión y puede haber el buen rollo de cualquier otro gremio, al final se defienden los intereses de quien confía en ti, de quien te paga para que te dejes la piel por él, y eso provoca rif y rafes entre abogados.

Si te dedicas a penal, entonces ya sabes que esto se eleva a otro nivel de tensión y desgaste para el abogado, que necesita un plus de esfuerzo emocional por el tipo de asuntos, y porque el procedimiento tiene muchas más fases y flancos que debes asegurar para no llevarte sorpresas.

Hoy, a escasos días del famoso examen estatal de acceso a la colegiación de abogado, puedo decir que conozco la incertidumbre de “una vez colegiado ¿dónde acabaré?”, y es que, más que tú nadie va a hacer por ti. Decide si trabajar para otro o para ti, y si eliges lo primero, encuentra el boleto que aunque no sea el premiado no te vaya a llevar a una mesa en la que sólo seas mano de obra y no cumplas tu principal objetivo: empezar la carrera aprendiendo.

De protector y guerrero de otros, al “all-in” como empresario:

El abogado del día de hoy debe ser bueno en el campo de la teoría jurídica, conocer procedimientos y normas, y a la vez saber gestionar su despacho cual audaz empresario.

Aquí ya hay muchos con la mochila cargada de experiencia, clientes, y pasando de formar a nuevas generaciones de abogados (lo que ellos sí vivieron). De hecho, muchos ven más cerca su retirada que el subirse al carro de los cambios tecnológicos de una profesión que está viviendo una revolución.

Ojo que no he dicho ninguna tontería en el párrafo anterior.

A las nuevas generaciones nos toca pelear por un hueco en este nuevo panorama donde el abogado va a convertirse casi en un “sabelotodo”, en derecho y en lo que no es derecho.

Cada vez tiene más peso la publicidad y la marca personal:

Un abogado sin marca personal al que no sigue nadie, no tiene mayor facilidad que otro para generar confianza o cerrar grandes acuerdos, o sí, recuerda que es mi opinión.

Sin marca, sin una idea clara de la imagen que este profesional da, es difícil vender, hacer publicidad… En resumen, si no se sabe comunicar cuesta mucho más transmitir profesionalidad, parecer mejor y por supuesto, caer mejor.

Sí, conseguir la amistad de algunos clientes es muy importante, tanto como que valoren tu trabajo. Yo personalmente prefiero “clientes/amigos” que te recomiendan, que te saludan con una sonrisa, que otros que hagan como que no te conocen.

En resumen, ya no basta con ser buen conocedor del derecho, ahora hay que ser buen comercial. Hasta aquí la mayoría estará de acuerdo.

Y es que el abogado que sólo era bueno escribiendo, hoy o se monta un blog y lo peta, o es como ser guapo en un mundo de ciegos.

 

Continua leyendo la segunda parte de este artículo




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