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  • Alto nivel este ciclo de conferencias que está celebrado el ICAM con motivo del 30 Aniversario de su Centro de Estudios Jurídicos. A la que impartió Eduardo Torres-Dulce ex fiscal general del Estado, hoy Counsel de Garrigues le ha seguido esta otra sobre la persecución penal del discurso y los delitos de odio que ofreció Ricardo Ruiz de la Serna, abogado de gran experiencia, profesor de universidad y en una etapa del Gobierno de Cifuentes en la Comunidad de Madrid, Director General de Justicia.  Su brillante intervención se centró en buscar los antecedentes, tan antiguos como la humanidad en cuanto al llamado delito del odio para luego dar el salto al mundo contemporáneo donde, por desgracia, esta práctica parece que ha crecido exponencialmente. 
  • “Es imprescindible reaccionar ante los linchamientos en redes sociales. Hay que recabar la colaboración de las empresas que proveen estos servicios. Junto a la persecución del Estado, es necesario desactivar las cuentas, los grupos… Aquí, la colaboración de las empresas y los usuarios es necesaria.”
  • “Me temo que el odio es parte de la naturaleza humana. Sin embargo, la historia del siglo XX nos enseña que los mecanismos de control y transformación social se vuelven totalitarios cuando sirven a las ideologías del odio.”

Para este estudioso del derecho nuestra legislación ha mejorado bastante y el papel de fiscalía y acusación popular es clave en estos delitos:” Se han hecho avances importantes en la lucha contra el discurso de odio en el deporte. Sin embargo, la persecución penal tiene algunos aspectos en los que aún se puede mejorar tanto en la reforma del Derecho positivo como en las interpretaciones que se vienen haciendo”; apunta. Desde su punto de vista. El informe RAXEN que elabora el Movimiento Contra la Intolerancia calcula que se producen unos 4.000 incidentes y agresiones al año en España e identifica más de mil sitios web de contenido racista, xenófobo, sin embargo, pocas sentencias se conocen realmente de este tipo penal.

¿Cómo es posible el recrudecimiento de estos delitos de odios en este siglo XXI?

Por desgracia, el odio es una fuerza de movilización y de construcción de identidad social muy poderosa. A lo largo del siglo XX, la propaganda y, en general, la manipulación de masas permitió lograr gracias a él objetivos políticos y sociales.

En un tiempo de crisis en muchos planos (valores, instituciones, etc.), el odio brinda una identidad que blandir frente a otros: el odio permite afirmar que uno es “lo que no es el otro”; más aún: “el que está en contra de otro”. Afortunadamente, la historia contemporánea nos enseña también que el odio no tiene la última palabra.

¿Tenemos la legislación adecuada para frenarlos? ¿Es la acusación popular quien está respaldando este tipo de actuaciones por encima de la fiscalía?

Tenemos una legislación que se ha ido mejorando con el tiempo y creo que tanto la acusación popular como la Fiscalía son fundamentales. Por ejemplo, se han hecho avances importantes en la lucha contra el discurso de odio en el deporte. Sin embargo, la persecución penal tiene algunos aspectos en los que aún se puede mejorar tanto en la reforma del Derecho positivo como en las interpretaciones que se vienen haciendo.

 Así sucede, por ejemplo, con el elemento del tipo relativo a la “motivación” de odio y el catálogo de “motivos” que el propio artículo 510.1. a) del Código Penal recoge: racistas, antisemitas u otros referentes a la ideología, religión o creencias, situación familiar, la pertenencia de sus miembros a una etnia, raza o nación, su origen nacional, su sexo, orientación o identidad sexual, por razones de género, enfermedad o discapacidad.

¿Cómo es posible que de los casos conocidos el número de sentencias dictadas sea mínimo?

Hay muchos casos de incidentes de odio. El informe RAXEN que elabora el Movimiento Contra la Intolerancia calcula que se producen unos 4.000 incidentes y agresiones al año en España e identifica más de mil sitios web de contenido racista, xenófobo, etc.

Sin embargo, la Memoria de la Fiscalía General del Estado del año 2015 señala pocos casos en los cuales se ha llegado a formalizar escrito de acusación. Cifra en 23 las Diligencias de Investigación Iniciadas; en 63 los procedimientos judiciales incoados en 2014; y en 2 los escritos de acusación presentados por el delito del 510.1 del Código Penal.

Por supuesto, hay problemas interpretativos derivados de la anterior redacción del art. 510 del Código Penal. Confío en que el nuevo texto vigente desde octubre de 2015 mejore la persecución penal de los delitos de odio. No quiero dejar de subrayar el valor de estas actuaciones. Solo querría insistir en que tenemos que hacer más.

¿No cree que nuestros políticos deberían ser más cuidadosos en sus manifestaciones y evitar descalificar al contrario?

Creo que las descalificaciones colectivas son peligrosísimas. Especialmente, cuando se dirigen a grupos vulnerables como las personas pobres. El discurso de odio, la propaganda, las violencia verbal y simbólica – por ejemplo, profanar una capilla, un cementerio o una mezquita- preceden a la violencia física y pavimentan el camino hacia ella. Cuando el insulto se hace habitual y nadie reacciona, se ha dado un paso hacia la agresión física. La violencia comienza con las palabras, pero no termina en ellas. Si las alarmas de la sociedad no saltan entonces –en el sistema educativo, en los medios de comunicación, en las redes sociales- el violento puede seguir avanzando.

Aquel discurso del odio que fue definido por el Consejo de Europa en 1997, ¿no ha llegado el momento de definirlo mejor, visto lo visto?

Se sigue trabajando en definiciones y en interpretaciones de los conceptos. Tanto en los delitos de odio como en el concepto del discurso, hay toda una elaboración teórica que tiene varios planos (jurídico, sociológico, político, etc.). Creo que es necesario precisar qué indicios revelan un presunto delito de odio de forma que se puedan desplegar medidas de protección (por ejemplo, medidas policiales o educativas) antes de que las agresiones se consumen.

¿Hay alguna forma de frenar las cacerías que surgen en redes sociales?  ¿Es partidario de una legislación más restrictiva sobre estas herramientas de Internet?

Los casos de linchamientos y acoso en las redes sociales son gravísimos. Hasta ahora, ha habido situaciones en las que la respuesta policial ante las amenazas o los insultos ha funcionado cuando se trataba de una persona identificable. Sin embargo, cundo se emplean robots y cuantas falsas es más difícil. A esto se suman, por ejemplo, los problemas de jurisdicción y de identificación.

Sin embargo, es imprescindible reaccionar. Hay que recabar la colaboración de las empresas que proveen estos servicios. Junto a la persecución del Estado, es necesario desactivar las cuentas, los grupos… Aquí, la colaboración de las empresas y los usuarios es necesaria.

Que el odio haya llegado al deporte, con graves enfrentamientos entre clubes de fútbol, ¿señala que algo en nuestra sociedad está fallando?

Más bien diría que la presencia del odio en el discurso público es el indicador de un problema social mucho más profundo. El discurso de la vida sin valor, por ejemplo, que reduce a las personas a objetos (por ejemplo, cuando se dice que las personas pobres son parásitos que consumen recursos públicos), dice mucho de los violentos, pero también señala a quienes no reaccionan. Junto a los agresores, siempre hay que prestar atención a los que observan sin hacer nada y a los que reaccionan y se oponen.

¿Cómo se pueden odiar a los pobres o a las personas con discapacidad?  ¿Qué se gana con ello?

Yo creo que el odio siempre destruye y, en este sentido, me cuesta creer que “ganen” nada. Sin embargo, es cierto que el odio les brinda una identidad y una aglutinante como grupo. El odio puede unir mucho cuando se une a otras experiencias (la pertenencia a un grupo violento, por ejemplo).

Durante mucho tiempo, los pobres, los discapacitados y, en general, las personas y colectivos vulnerables eran grandes olvidados del Derecho. Los recursos e instituciones que servían para la mayoría, no eran operativos para quienes estaban, por ejemplo, en los márgenes de la sociedad. A menudo, su único contacto con el sistema judicial era el abogado de oficio o algún voluntario de una ONG. Por ciento, déjame subrayar –antes de que se me olvide- la importancia que las organizaciones de la sociedad civil han tenido en la protección de las víctimas de delitos de odio.

¿Es necesario que en las escuelas se forme a los más jóvenes en valores éticos y educación en igualdad para que no se conviertan en delincuentes?

Sí, en las escuelas desde luego; pero no solo en ellas. El proceso educativo es muy complejo e intervienen las familias, los maestros, los profesores, los medios de comunicación… Hay que salvar el sistema educativo del partidismo y rescatar los valores de esfuerzo, sacrificio, mérito, respeto, etc. Sin embargo, junto a la educación como forma de progreso social, hay que trabajar en el plano de los medios de comunicación, los contenidos de ficción y los videojuegos (por señalar algunos ejemplos). Hay que contar historias de superación y humanidad.

 Alguien que viene a España, aprende el idioma, estudia, trabaja, se esfuerza y trata de ganarse la vida honradamente como la abrumadora mayoría de los extranjeros que viven entre nosotros debería ser un modelo de éxito y de confianza en el futuro; no la víctima de un discurso de odio.

De todos modos, hablamos mucho de los jóvenes y poco de los mayores. Hay muchos prejuicios que están más arraigados en la gente madura que en los jóvenes. A veces, detrás de los grupos de jóvenes violentos hay personas no tan jóvenes que los estimulan, financian y ayudan al tiempo que se aprovechan de su actividad. A menudo se habla de los jóvenes como un motivo de desesperación. Confieso que, para mí, son muchas veces una razón para la esperanza.

¿Se puede concebir una sociedad sin este componente de odio del que hablamos, o realmente es un elemento con el que debemos vivir a lo largo de nuestras vidas?

Me temo que el odio es parte de la naturaleza humana. Sin embargo, la historia del siglo XX nos enseña que los mecanismos de control y transformación social se vuelven totalitarios cuando sirven a las ideologías del odio. Pensemos en el poder del régimen nazi o de los regímenes comunistas. Sin embargo, también nos enseña sus límites. A pesar de todo su poder, no lograron erradicar la humanidad que permitió resistir frente a ellos y rescatar valores y derechos como la dignidad, la libertad o la igualdad. Parafraseando a Fackenheim, podríamos decir que gravita sobre nosotros la responsabilidad de no dar a Hitler una victoria póstuma.

 

 




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