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Tengo delante un pedazo de papel en blanco… Mejor dicho, lo que tengo es una pantalla de plasma… que tampoco estoy seguro de que sea muy bien eso. Una pantalla, seguro, pero lo otro…, vaya Vd. a saber que uno no entiende demasiado de estas maravillas tecnológicas.

Decía lo del papel en blanco por aquello de hacer una metáfora, pero lo cierto es que he empezado a escribir sin tener la más mínima idea de lo iba a decir. Simplemente, me ha dado por ahí. Y es que éste es un lujo que normalmente no me puedo permitir y mira por donde, hoy si. Porque sí, escribir escribo un montón cada día, pero la verdad es que suelo escribirle al Juzgado, a la Sala, al Director Provincial de no se qué, al Jefe de no se donde, al Conseller de la Generalitat, al Cap de Servei… a un montón de gente que no conozco de nada y que además, no tengo ningún interés en conocer. Ni ganas. Pero les escribo y mucho.

Y lo más curioso es que no suelo decirles cosas agradables, ni divertidas. Tampoco muy ocurrentes, ni especialmente brillantes. De hecho suelo soltar unos discursos insoportables contándoles cosas que a buen seguro les importan un pimiento. Y no solo eso. Resulta que salvo los jueces, el resto ni me leen ellos directamente, lo hacen otros en su lugar, que a su vez contestan, cuando lo hacen, haciéndose pasar por quien acaba firmando, sin tener la más mínima idea de que es lo que acaba de firmar.

Nosotros tampoco nos quedamos atrás. Resulta que hablamos (por escribimos) por cuenta de unos clientes que en general no entienden lo que decimos ni a ellos, ni a toda esta retahíla de personajes a los que solemos escribir. Ellos son esta gente que hace un esfuerzo sobrehumano para creernos porque se supone que hemos estudiado o porque la vecina les ha dicho que lo hacemos muy bien y que lo ganamos casi todo.

Tras estas profundas reflexiones uno llega a la conclusión de que gran parte de nuestro oficio consiste en escribir por cuenta de otros, cosas que no nos interesan lo más mínimo a gente que les importa un rábano lo que digamos. Y a veces, hasta disfrutamos con ello.

Quede cuanto antecede como reflexión absurda mientras sufro las duras consecuencias de una asfixiante tarde de verano.

Y no me hagáis mucho más caso, que la cosa era decir alguna tontería para rellenar ese pedazo de papel virtual en blanco.




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